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¿Es la ciencia heroína o villana?

A finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, tuvo lugar en Europa un movimiento intelectual, social y económico que cambiaría para siempre el mundo que conocemos: la Revolución Científica. En Italia, un erudito aficionado a las estrellas y al movimiento de los cuerpos decidió diseñar un método que le permitiese establecer leyes sobre el comportamiento de la Naturaleza. La trayectoria de una bala de cañón, la relatividad de los movimientos, nuestra posición en el Sistema Solar… Su nombre era Galileo Galilei y con él nació el método científico.

Aunque, en otros puntos del Viejo Continente, otros tantos eruditos desarrollaron técnicas similares, el que sin duda ha pasado a la Historia es el astrónomo italiano. Desde Pisa, a través de cartas y mensajería, su método se dio a conocer en distintos países, animando a muchos a descubrir las leyes matemáticas que escondía el mundo que habitamos. La sociedad vivió una auténtica revolución. Empezamos a volver a cuestionarnos distintos conceptos tal como hicieron los filósofos de la Antigua Grecia, pero con una diferencia: esta vez debíamos comprobarlo experimentalmente. Y si esto no ocurría, por muy lógica que fuera nuestra deducción teórica, el descubrimiento quedaba invalidado. Había nacido lo que hoy llamamos ciencia moderna.

Pero, ¿qué es la ciencia? De acuerdo con la RAE, definimos ciencia como un conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente. Sin embargo, considero que la ciencia abarca en realidad mucho más. Aquí, en esta definición, nos limitamos a sus conocimientos, su método y su carácter objetivo, pero detrás de esta institución del saber también existen personas que la llevan a cabo, con sus sesgos, sus dificultades y su estructura social. La ciencia abarca mucho más, abarca la ética detrás de sus descubrimientos, lo sociológico tras sus investigadores, su impacto económico… No podemos limitarnos a una oración de menos de treinta palabras. Todo ámbito del conocimiento genera a su alrededor un mundo mucho más complejo.

La ciencia, como cualquier otro concepto, es susceptible a reflexiones filosóficas y cuestionamientos éticos. Sobre todo cuando tenemos en cuenta su impacto social, la utilidad de sus descubrimientos y cómo estos afectan a la vida humana. Y es que en principio puede parecer que esto sólo incumbe a ciencias vinculadas a la vida como la biología, biotecnología o bioquímica… Pero nada más lejos de la realidad. Pongamos un ejemplo claro, la energía nuclear. Un debate que, a pesar de los beneficios que conlleva en relación al cambio climático, sigue estando ahí. Acontecimientos como Chernóbil, Hiroshima y Nagasaki son difíciles de ignorar. La filosofía de la ciencia abarca todo.

Podríamos entonces distinguir dos mundos: el cúmulo de conocimientos sobre el comportamiento de la Naturaleza y cómo este se aplica, se estudia y se genera. Una esfera dentro de otra. Un complejo sistema llamado ciencia. Considerarlo bueno o malo no es algo tan simple como puede parecer a primera instancia, son múltiples los factores que dotarán de dicho carácter a la ciencia. ¿Es el conocimiento algo bueno? Diría que sí. Cuanto más sabemos, más somos conscientes de nuestro alrededor y mejor podemos actuar sobre él. Descubrir cómo se comporta el mundo en el que vivimos a través de distintas leyes no creo que conlleve demasiados problemas. Pero, ¿qué ocurre con su aplicación, con su desarrollo? Es entonces cuando interviene el ser humano, cuando a través de nuestros sesgos y reflexiones dotamos a la ciencia de malicia y bondad. No es algo que lleve incorporado este ámbito del saber, es algo que llevamos incorporado nosotros. No es lo mismo aplicar la energía nuclear para generar energía, para ayudar en la lucha contra el cambio climático, que hacerlo para desarrollar armas de destrucción masiva. En muchas ocasiones, es la propia aplicación de la ciencia la que la convierte en heroína o villana. Un aspecto del cual somos responsables.

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