“Todos los hombres son mortales. Aristóteles es un hombre. Por lo tanto, Aristóteles es mortal”. Este es quizás uno de los ejemplos más famosos del método deductivo, un mecanismo lógico que nos permite obtener conclusiones lógicas a partir de premisas o principios. Y, aunque durante muchos años fue el predominante, en el siglo XVI la Historia decidió cambiar.
La
filosofía y la ciencia surgieron como disciplinas indistinguibles. La comprensión
del mundo que nos rodea era una tarea puramente filosófica. Aristóteles, Tales
de Mileto, Hipatia de Alejandría… Todos filósofos. Sus reflexiones y estudios
concluyeron en verdades que hoy siguen siendo ciertas (véase el Teorema de
Tales), pero también en otros muchos errores. Basarse en premisas que a priori
se consideraban verdaderas, muchas veces inducían a una conclusión falsa. ¿Cómo
iba a avanzar la comprensión del mundo si cada vez debíamos revisar ideas muy
anteriores?
Por
ello, dando inicio a la Revolución Científica, Francis Bacon propone el uso del
método inductivo como parte fundamental de la ciencia. Todas las premisas y
resultados se deben comprobar empíricamente. De este modo, el conocimiento avanzará.
Unas reflexiones que supusieron un cambio en el modo de estudiar el mundo, un
cambio que sigue vigente hasta nuestros días. El método de Bacon permitía una
base mucho más sólida al buscar respuestas, ya que está compuesta por principios
acatados experimentalmente por distintos investigadores alrededor del mundo.
Multitud de pruebas los avalan y generan una conclusión con mayor validez,
conclusión que también debe ser probada.
Aunque
pueda parecer a priori un cambio pequeño, las nuevas ideas que introdujeron
tanto Bacon como Galileo supusieron un nuevo paradigma, un mundo donde la filosofía
y la ciencia se convertían en disciplinas distinguibles. De deductivo a
inductivo, de filosofía a ciencia, de Aristóteles a Bacon.
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