Vivimos en un mundo donde la comunicación científica cada día es más importante. Sé que me repito muchísimo, pero es la verdad. He insistido mil y una veces en las entradas que están en este blog y de igual manera en mi podcast, en mis redes o en mi vida personal. Sólo necesitamos remontarnos seis meses atrás para descubrir fenómenos como la pandemia o el volcán de La Palma, fenómenos que protagonizaron portadas durante días y días y que llevaron a multitud de científicos a escribir los titulares de numerosos periódicos. Nunca antes la ciencia había estado tan presente en el mundo actual. Vivimos en un momento histórico donde esta rama del conocimiento ha obtenido un verdadera papel protagonista, un papel que ha permitido a muchos darse cuenta de la importancia que tiene en nuestra sociedad actual.
Centrémonos en el episodio eruptivo que tuvo lugar en la isla canaria. Fue una catástrofe y el pueblo palmero todavía trata de recuperarse, así que, antes de continuar, me gustaría señalar que no debemos olvidarnos de ellos. La lucha contra el volcán sigue ahí. Durante la efusión de lava, las tareas de vigilancia volcánica salvaron muchas vidas, tanto antes como después del volcán, unas tareas de vigilancia que en todo momento estuvieron dirigidas por instituciones públicas como el Instituto Geográfico Nacional (IGN) o el Instituto Geológico y Minero Español (IGME). Instituciones que con sus trabajos evitaron que el desastre pudiera pasar a mayores.
A día de hoy conocemos de sobra la cara de muchos investigadores. Vicente Soler, Eduardo Díaz o María José Blanco son algunos de los rostros más conocidos que nos acompañaron durante el episodio. Miembro públicos, funcionarios científicos, que trabajan día a día en sus respectivos campos y realizan una enorme labor científica. Pero, cuando no hay una erupción, ¿nos enteramos verdaderamente de lo que se hace desde estos institutos? Desgraciadamente, creo que no.
En España se hace mucha y buena ciencia, creo que eso es algo que tenemos todos claro. Pero no se comunica igual de bien, por lo menos desde las propias instituciones. La labor de divulgadores aficionados y profesionales es otra cuestión que podríamos abordar más adelante. Aunque están ahí, son pocos los que ya conocían la existencia del IGN o del IGME antes de la erupción de La Palma, instituciones con muchos años de Historia que han pasado totalmente desapercibidas por el público general. Entonces, ¿cómo se va a comunicar bien la ciencia que se hace allí si la población desconoce la propia existencia del centro?
Tenemos un grave problema de difusión. Es verdad que existen multitud de plataformas estatales para este propósito, como la FECyT o la Agencia Sinc, cuyo trabajo sin duda es encomiable y de muchísima calidad. Pero, al igual que los organismos antes mencionados, son proyectos que únicamente conocen las personas que ya tienen un interés previo en estos campos. Nos falta llegar al público general, no podemos presumir de la ciencia que se hace en nuestro país si el español medio la desconoce por completo.
Y si debemos destacar un sector de la población al que muchas veces no le llega dicha información, es sin duda la juventud. Me centro en ella porque son mis alumnos, es la gente a la que le doy clase. Cuando les propongo algún artículo de la Agencia SINC por primera vez me miran con cara de sorprendidos, algunos preguntándose incluso si existe algo así. Y lo dijo por experiencia, fue mi caso cuando estaba en segundo de bachillerato. Sin duda, el formato que atrae a los jóvenes ha cambiado, ha cambiado muchísimo con los años. Y creo que las instituciones de comunicación deben adaptarse a él. Así de primeras, me viene a la mente un ejemplo claro. El Museo del Prado. Una institución que con su trabajo se ha convertido en un referente en TikTok, consiguiendo miles de visitas y decenas de cientos de likes. Una adaptación a la actualidad que ha despertado el interés entre las nuevas generaciones. Sin duda, una estrategia ganadora que confío también podrá ser aplicada en la ciencia española.
Adaptémonos a los nuevos tiempos, consigamos que las generaciones venideras se interesen por la ciencia, aunque no les guste, aunque no quieran dedicarse a ella. Transformémonos para comunicar, para enseñar, para divulgar. Dejemos claro, una vez más, que sin ciencia no hay futuro.
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