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Una sociedad empáticamente científica, historia de la radiónica

En la última entrada comentábamos que Internet había supuesto el germen de la mayor revolución vivida por la Humanidad en los últimos siglos. De repente, casi de un día para otro en términos históricos, toda la sociedad tiene acceso a multitud de conocimiento, ingentes cantidades de información que muchas veces llegan a desinformar. Aunque pueda parecer irónico, con las nuevas tecnologías, algunas antiguas supercherías y conspiraciones han vuelto a primera plana. Unas teorías sin ningún tipo de fundamento científico que muchas veces captan un público mucho más grande de lo que dicta la lógica en primera instancia.

Instrumento original para la radiónica

Para la asignatura de Discursos de la ciencia en la esfera pública del siglo XXI, vamos a seleccionar una de estas pseudociencias y ver en qué momentos de la historia se ha podido utilizar y por qué. En este caso, hablamos de la radiónica, una terapia basada en la energía y las frecuencias que supuestamente emite el cuerpo humano y, como es obvio, sin ningún tipo de fundamento científico.

Es cierto que a día de hoy existen pseudociencias o teorías de la conspiración relacionadas con la salud mucho más populares, tales como la homeopatía o la afirmación de que las vacunas causan autismo. Sin embargo, para este trabajo he decidido centrarme en una menos conocida, pero igual de peligrosa. Para quien no la conozca, la radiónica afirma que las enfermedades pueden ser diagnosticadas y tratadas con una energía similar a las ondas de radio. Cuando un paciente está enfermo con algún tipo de dolencia, el supuesto médico le extrae una gota de sangre y la analiza con un aparato llamado dinamizador, que, a grandes rasgos, consiste en un papel de filtro donde se deposita el líquido. Este, a su vez, está conectado a una serie de dispositivos mediante cables y luego a la cabeza de un paciente sano que, de acuerdo a lo descrito por la propia teoría, debe estar mirando al oeste con una luz tenue. 

Este paciente (espero que disfrutando de unas buenas vistas) tiene en su cuerpo una serie de frecuencias asociadas a una persona sana. Pero no nos confundamos, aquí las frecuencias no hacen referencia al concepto físico, si no a un tipo de energía similar a las ondas de radio. Al conectar al sujeto sano con las gotas de sangre, el médico puede analizar, apretando el vientre en diferentes partes, qué frecuencia está mal y, por lo tanto, qué enfermedad tiene el paciente. 

El creador de esta teoría, Albert Abrams, incluso afirmaba que, mediante este método, era capaz de adivinar la religión del que era analizado. Puestos a inventar... Que sea de todo. Posteriormente, una vez la supuesta enfermedad era detectada, mediante un dispositivo llamado osciloclasto, se aplicaban vibraciones al enfermo y se le ajustaban las frecuencias, sanándolo. Sorprendentemente, entorno a 1900 (cuando surge esta pseudoterapia), Abrams se hizo millonario alquilando los dispositivos radiónicos que él mismo había inventado. Una práctica que le granjeó multitud de pacientes y que poco tiempo después fue demostrada completamente falsa. Pero, ¿por qué tuvo tanto éxito? ¿Qué llevó a la gente a intentar sanarse con los conceptos de frecuencias y energía?

A primera lectura, cae por su propio peso la conclusión de que esta terapia no funciona. Huele a timo a kilómetros... Pero claro, Abrams se hizo rico con ella. Por lo tanto, muchos en su momento acudieron a él, a su método, con el objetivo de sanar. Estamos a principios del siglo XX, todavía la medicina, aunque ya bastante avanzada, estaba en pañales respecto a lo que sabemos hoy en día. Vivíamos en un mundo frágil, con una esperanza de vida superior a la de hace décadas pero aún débiles frente a multitud de males. Y creo que hay una palabra que explica perfectamente este fenómeno, el por qué la radiónica tuvo tanto éxito: desesperación.

Albert Abrams

Tanto la radiónica, como la homeopatía, como cualquier tipo de pseuodoterapia aplicada a la salud tiene el origen de su éxito en la desesperación. Anteriormente, un diagnóstico de cáncer era sentencia de muerte. Hoy muchas vidas se salvan. Y si la medicina no podía hacer nada, sólo quedaba una posible solución. ¿Quién no haría caso a un señor que te promete curarte, que te promete salvar la vida? Aunque me considere un hombre de ciencia y crea firmemente que estas terapias son absurdas, también soy alguien empático. Me pongo en el lugar del paciente y tengo claro que en un contexto así podría perfectamente caer presa de estos engaños. Tengamos en cuenta la Primera Guerra Mundial, los envenenamientos por radio en las fábricas, la Gripe Española... Multitud de eventos que hacían flaquear hasta la mente más científica.

¿Y ahora? ¿Por qué hoy seguimos con estos problemas? Aunque es cierto que la radiónica ha casi desaparecido, en 1924 un estudio de la Scientific American hirió de muerte a este supuesto tratamiento, las pseudociencias siguen a la orden del día. Y si la radiónica no ha vuelto a primera plana, es por pura chiripa. Hace dos años, un virus ponía a todo el planeta en jaque, un coronavirus que colapsó multitud de hospitales alrededor de todo el mundo. Y en la desesperación, en el miedo por infectarse, numerosas terapias alternativas prometieron servir como un falso escudo protector. Si Abrams podía adivinar la religión de un paciente con su método, ¿quién no aseguraría que también era capaz de proteger contra el coronavirus? Pero no sólo con esto. Aunque hoy en día el cáncer sea una enfermedad mucho más fácil de combatir, su tasa de mortalidad sigue siendo bastante alta y provocando mucho miedo en los pacientes. La desesperación en primera persona, para el propio paciente, sigue siendo casi la misma que hace un siglo. No es de extrañar que muchos todavía acudan a terapias alternativas. Ojalá todo fuera tan fácil de curar como conectar a un aparato que hace "bip" y listo. Ojalá multitud de vidas se salvaran de forma tan sencilla.

Sin embargo, vivimos en un mundo complicado. En un mundo donde las enfermedades muchas veces son mortales, donde debemos vivir asumiendo esos riesgos. Porque si no, no seremos capaces de vivir una vida feliz. Seamos críticos, sigamos siendo humanos con sus correspondientes sentimientos y no dejemos que egoístas se aprovechen de la debilidad de nuestra psique. El cáncer, el coronavirus, la viruela... Enfermedades malas que asustan, que provocan miedo. Pero para algo tenemos a gente que estudia toda su vida, que se entrega a una vocación de servicio público para que otros vivan mejor. Una sociedad basada en la ciencia, en la evidencia, y que se preocupa por denunciar este tipo de supercherías. Una sociedad empáticamente científica.

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