En
la última entrada comentamos las distintas definiciones que podemos encontrar de
cultura científica en la red. Todas ellas muy variadas, ya que abarcan desde lo
que podría suponer esta rama del conocimiento hasta los objetivos de la misma.
Definiciones de un mismo concepto pero con distintos enfoques.
Una vez se entiende el concepto y significado de cultura científica (o al menos uno de ellos), podemos pasar al siguiente nivel: hacernos preguntas sobre el mismo y sobre su influencia y participación en la sociedad actual. ¿Supone un incremento de cultura científica entendido como alfabetización un incremento en la actitud positiva hacia la ciencia? O, al contrario, ¿es la actitud negativa hacia la ciencia un signo de falta de cultura científica entendida como ignorancia?
Se trata
de preguntas que podrían ocupar páginas y páginas, ya no sólo en una simple contestación
a estas cuestiones, sino en todas las ramificaciones y demás preguntas que
llevan relacionadas. Un ejemplo de ello es la tesis doctoral de M. Lázaro, titulada
“Cultura científica y participación ciudadana en política socio-ambiental”.
Donde se reflexiona acerca de la alfabetización científica y el papel del gran
público en temas científicos, como pueden ser aquellos que atañen al medio ambiente.
Sin embargo,
en la entrada de hoy, vamos a intentar responder a las cuestiones anteriormente
planteadas de una forma directa y sencilla. Al menos en la medida de lo
posible. Por ello, para una mayor claridad, vamos a contestar en orden. En
primer lugar, ¿es cierto aquello de que un incremento en la cultura científica
supone una mayor actitud positiva hacia la misma ciencia? En pocas palabras,
no. Y todo tiene su explicación, o eso me parece a mí. Es verdad que cada vez se
consume más divulgación científica, la gente está muy interesada en la ciencia.
No hay que olvidar que los últimos años ha estado en primera plana de todos los
telediarios, ya sea por la pandemia del coronavirus o por el volcán de La Palma.
Y, quieras o no, el público comienza a investigar por su cuenta en esos temas
para informarse en mayor medida, por lo que necesitamos una divulgación de calidad.
La
adquisición de estos conocimientos puede ser entendida como un incremento de la
cultura científica. Con una correcta explicación, alguien que hasta el momento
no sabía nada de volcanes puede pasar a tener una buena base que le permita, si
es su deseo, ganar mayor grado de conocimiento en un futuro. ¿Cuál será la
actitud de esta persona? ¿Confiará en los especialistas que estudian el volcán
o la misma pandemia? Depende. Y no sólo de donde se haya informado (podría
haber recurrido a una fuente de dudosa reputación), sino de su propia actitud
hacia el conocimiento. Al igual que hemos visto a personas con una buena base y
que, a pesar de no ser científicas, sí entienden los procesos que implica un
fenómeno como los anteriormente comentados, tener una buena actitud hacia la
ciencia, también existe el caso contrario. Gente que, a pesar de tener la misma
base, por diversos motivos rechaza los trabajos de los vulcanólogos y la
administración de las vacunas. Médicos que suministran homeopatía o personas informadas
que creen y rigen su vida de acuerdo a la astrología.
Y en
el otro extremo, está la amplia mayoría. Normalmente, cuando uno adquiere conocimiento
científico también adopta una actitud crítica y escéptica ante cualquier novedad.
Necesitamos consultar distintas fuentes, buscar la lógica detrás de lo que se
nos dice y atender a diferentes especialistas. Puede que no estemos formados en
biología, medicina o geología, pero confiamos en lo que nos dicen los
científicos o médicos atendiendo siempre con una pequeña dosis de escepticismo
científico. No nos entregamos fervientemente a la palabra de alguien como si de
un profeta se tratara. Seguimos teniendo espíritu crítico.
Pero,
entonces, ¿qué ocurre con la gente que no tiene conocimiento científico? Hasta
el momento hemos comentado el caso de personas informadas en ciencia, con las
posibles resultantes de adquirir esa información. Sin embargo, no todos hemos tenido
una formación con esas características, hay gente que siempre ha preferido
materias más humanísticas y artísticas. Y no por ello todos son conspiranoicos
o negacionistas. No tener una cultura científica no implica un desgrado por la
ciencia. Quizás estudiarla sí que no sea de su agrado, pero confían en los
expertos, saben buscar buenas fuentes de información y distinguen una divulgación
de calidad. El espíritu crítico y el escepticismo no son frutos exclusivamente
de la ciencia. Todas las personas, de una forma u otra, pueden acabar
desarrollándolo. Y luego, como en el caso anterior, tenemos las personas que no
tienen cultura científica y además carecen de espíritu crítico. Son los casos
más extremos. Por ejemplo, aquellos que desconocen el funcionamiento de las
vacunas y aun así se creen que tienen la suficiente formación para opinar
acerca de las mismas. O, yéndonos incluso más lejos, los que incluso viendo las
imágenes de la erupción, se atreven a afirmar que el volcán es un montaje cuando
hay gente perdiendo sus casas, sus vidas enteras. Únicamente es sordo quien no
quiere escuchar.
No
podemos entender la adquisición o incremento de la cultura científica como algo
equivalente a una mejor percepción hacia la ciencia. Es cierto en la mayoría de
los casos, pero en una sociedad cada vez más informada, vemos que siguen existiendo
muchos casos justamente contrarios. Y de la misma forma no se debe equiparar la
falta de cultura científica con una actitud negativa hacia la ciencia. No son
verdades absolutas, no podemos dar por hecho que una persona que tiene una
buena base científica vaya a fiarse de la ciencia, de sus conocimientos. La
sociedad y el ser humano son organismos mucho más complejos que, tal como hemos
visto, a veces nos sorprenden (para bien y para mal).
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